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ANA LUISA RÉBORA

COPYRIGHT 1999 Agencia Reforma

Byline: Víctor Ortiz

Ana Luisa Rébora expondrá, en septiembre, 18 cuadros en la ciudad alemana de Hamburgo

La pintora Ana Luisa Rébora dejó de acariciar sus cuadros porque necesitaba un cambio que la alejara de las mujeres que, súbitamente, aparecían para poblar el mundo melancólico y ensimismado, inundado de colores ocres y sepias, que conformó la penúltima serie de su larga trayectoria como artista.

La oscuridad en esa obra de Rébora se convirtió en blanco y de ahí en todos los demás colores que ahora pueblan, esperanzadoramente, una serie de 18 cuadros que expondrá a principios de septiembre en la galería alemana Halle K, situada en la Milla del Arte en la ciudad de Hamburgo, en donde también participarán los pintores Alicia Ceballos y Pedro Escapa.

Otros factores para abandonar la suavidad de su toque fueron la guerra de Kosovo, conflicto que la afectó demasiado, y el hecho de que don Juan, el conserje del edificio en donde vive, haya sufrido una fractura, de la que fue atendido en el Hospital Civil, en donde Rébora lo visitó todos los días durante mes y medio.

Después de eso empezó a querer gritar, a querer decir "basta de injusticias", lo que fue un gran cambio si se considera que la obra que había hecho hasta ese momento surgía de su interior y regresaba a ella misma.

Sin embargo, lo primero que surgió de ese deseo aprehensivo fue "El Caos", cuadro que le costó mucho trabajo crear porque enseguida llegó el miedo.

"'¿Cómo va a reaccionar la gente?', fue lo primero que pensé", recuerda Rébora, "la gente está acostumbrada a ver la parte bonita de Ana, la pintura acariciada, bailada como vals; pero luego de lo que viví, después del atosigamiento de la gente, tuve que decidirme a gritar, porque si no iba a explotar"

De esos desgarramientos y decisiones surgiría algo nuevo.

La pintora tuvo que pedirle a su paleta que le hablara, que le gritara con colores que la guiaran hacia un camino inédito, pero lo que surgió fue el color negro circundando "El Caos".

"El negro es muy difícil, como bien dijo Goya, y no estoy contenta con él todavía, porque necesita mucha luz, tengo que trabajar muchísimo, no hay que ponerlo nada más así, tiene miles de gamas; es muy fácil embarrarlo, pegarle, pero no es sólo eso".

Al comparar los lienzos llenos de color que siguieron al negro, con los de la serie anterior, mostrada en dos exposiciones en los últimos meses, puede venir a la mente la palabra "transición", pero Rébora, no está de acuerdo con ella.

"No creo que la palabra transición esté bien empleada", puntualiza la artista, "si un pintor no cambia, es como si una serpiente no cambiara de piel; hay temporadas en que a mí se me cae el pelo para que no escape lo nuevo, mi 'cuerpo' está en constante cambio, no transición, es algo interno que se da con el trabajo constante, es una búsqueda".

Rébora invita a perder el miedo al cambio para no caer en lo mismo de siempre, en lo que ya se conoce, porque buscar otros sabores tiene que ser parte de la vida, y eso lo ha demostrado hace poco, cuando abordó el tema clásico de los bodegones, de los que sólo hizo cuatro, porque se sintió vacía.

Sin embargo gracias a los colores de los bodegones la pintora llegó a "Córrele que me alcanzan", un cuadro de trazos vigorosos en donde el color amarillo transporta a quien lo contempla a un paisaje casi abstracto, en donde apenas surgen una o dos figuras.

A partir de esa obra nacieron otros cuadros unidos por el mismo vigor, tal vez representado por un rasgo del que Rébora acaba de darse cuenta: una cierta luz.

"Siempre pongo una luz, aunque sea de diferente color", señala, "ahí está la luz blanca, allá está la amarilla, aquí la azul; y esto pasa en obra mía de hace mucho tiempo, que incluso podría parecer de esta nueva época".

En todos los casos, las pinturas de esta artista hablan de trabajo y aprendizaje constantes, de la unión de piel, pincel y espátula para encarar el color y dejarse encandilar por su luz.